PUERTO DE PESCADORES

 

 

 

 

!Oh! puerto de pescadores,

he podido al fin llegar.

!Oh! rudos trabajadores

que se templan en el mar.

 

 

 

 

 

 

 

Si un vendaval se desata

o se acerca un temporal,

hay un refugio ideal,

es tu puerto, Mar del Plata

 

!Oh! puerto de pescadores

con tus barcas de colores

alineadas siempre igual.

Tu pintoresca acromía,

exalta a la luz del día

tu sangre meridional.

 

 

 

 

!Oh! canastas de corvinas,

de brótolas y sardinas.

!Oh! apiñados cajones,

de atunes y camarones.

 

De  cuencos  desvencijados,

se escurren peces plateados.

Con avidez en las manos,

recogen niños y ancianos.

 

 

 

 

 

La nasa es una urdimbre

de artesanía en el mimbre.

El globo lleva en su sino

ser jaula del langostino

 

En un lugar espacioso

un vendedor fantasioso

ofrece pescado al peso.

Condiciona su aderezo

con hilo de un grueso ovillo.

 

 

 

Y al usar de la balanza,

entona grata romanza

o silba un viejo estribillo.

!Oh!, puerto de pescadores

con sus barcas de colores.

!Oh!, carritos de entremeses,

cantinas de calabreses.

 

Curtidos hombres de mar,

con el recuerdo lejano,

alternan extraño hablar,

con dialecto siciliano.

 

 

 

Pescados y mas pescados,

peces frescos, envasados,

para comer al instante,

para llevar de presente.

Treinta metros solamente,

desde el mar al comerciante.

 

Yo te evoco aquí Ciccilo,

no al de hoy sino al de antaño,

con bancos de burdo estilo

y mostradores de estaño.

 

 

 

 

 

 

 

Ya nada queda, ya nada,

de aquella vieja cantina,

ni la típica empanada,

de brótola y de corvina.

 

Ya nada queda, ya nada,

mi mente conserva aún,

la pizarra que decía

en dudosa ortografía,

“cazuela de pez espada,

gran pizzeta con atún”.

 

 

 

 

 

 

Viejo Pop, yo te recuerdo

y al volver siempre me acuerdo,

del ancla de tu portal.

Viejo Pop, todo está igual,

el malecón a tu espalda,

tu larga y gruesa cadena,

-chatarra, ente olvidado,

de algún barco abandonado-

te ciñe como un emblema,

te envuelve como guirnalda.

 

La cantina de Capaccio,

presenta ricos manjares,

su salsa de calamares

trae un tufillo de Ajaccio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Turistas vienen y van.

Muy coqueta en una esquina.

Se perfila una cantina,

“La Caracola”, restaurante.

Muy suntuoso el comedor,

los espejos, patriarcales,

los manteles son pascuales,

las prendas del servidor,

de almidonado blancor.

!No presumas de prosapia!

Tu antecesora cantina,

rebasaba en esa esquina,

solo un palmo de la tapia.

 

El agua quieta se pierde

mansamente en el ocaso,

semeja una alfombra verde

de terciopelo o de raso.

 

 

 

 

 

 

 

La tarde es placentera,

de pronto,  una barca gime,

extraño dolor oprime,

su andamiaje de madera.

 

Los carmines se confunden

en el violeta inquietante,

en véspero vacilante,

siete colores se funden,

en tenue manto ceniza.

 

 

 

 

El bullicio ya agoniza

y el malecón ya se puebla

de densa y oscura niebla.

La noche ya está cercana.

La labor ha terminado.

El silencio se desgrana

desde el pétreo acantilado

 

Al regresar, puerto amigo,

llevo tus aguas conmigo.

Tus cantinas, restaurantes,

tus canastas, tus toneles,

nasas, anzuelos, cordeles,

cestos, lineas, cabrestantes.

Pescadores, diletantes.

El hercúleo marinero.

Hombres rudos y pujantes.

Vendedores ambulantes.

La pléyade de viandantes

que pueblan tu embarcadero.

 

 

 

 

 

!Oh!, puerto de pescadores,

con tus barcas de colores.

!Oh!, -puerto de pescadores.

!Oh!, rudos trabajadores

que se templan en el mar.

!Oh!, carritos de entremeses,

cantinas de calabreses.

Recordando las cantinas,

es al pié de tu banquina

que te entrego mi cantar.

 

 

Remo Mastrandrea, Mar del Plata 1977