Los Sitios de La Cocina de Pasqualino Marchese
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Néstor O. Ayestarán Acera: Las mollejas del Poeta Maestro mayor de obras: sus proyectos eran demasiado poéticos para ser aceptados por la sencilla gente de barrio en donde él residía. Su amigos querían construir una pieza, un baño y una cocina, sin mucha poesía. Lo consideraban un lujo, aunque no le hubiera costado nada, pero no...Nuestro querido Néstor nunca pudo vivir plenamente de la construcción. Lo conocí en los años setenta cuando no tenía la ciudad todavía la red de gas natural. Y él tuvo la oportunidad de hacerse transportista de gas envasado. Yo era su cliente: no sé por cuál circunstancia. Le gustaba detenerse al lado de un puente y escribir sobre terrestres que transitaban la puerta del tiempo hacia otra dimensión. Se le abría un mundo de fantasías y soñar le hacía bien. Satisfecho retomaba el camino con su destartalado camión cargado de tintineantes garrafas de gas de todas medidas. El progreso lo estancó. Vender gas ya no era un negocio y los pobres que lo necesitaban sólo podían pagarlo a veces. Buscaba entonces el resurgimiento en proyectos estrafalarios. El cupulón era su invento preferido: especie de carpa desarmable para enjaular un auto o un quincho. Evidentemente no tenía patrocinantes. Los ochenta lo vieron postrado y solo. Vivía en una casa que él mismo estaba enteramente construyendo para un considerado veterinario. Una verdadera residencia que ostentaba una poética distribución. La parrilla residía en un hueco del living comedor con un envolvente pequeño mostrador adonde los futuros comensales pudieran disfrutar de un asadito uniéndose al fuego, al vino y al asador. Los amigos siempre eran obsequiados con un poema. Escritos en una vieja máquina, en ocasionales hojas de papel blanco recortadas con tijeras y dobladas formando un cuadernillo artesanalmente forrado con cartulina de color. Con estas amorosas confecciones personales dedicadas y rubricadas con una voladiza firma le cantaba al amor y al optimismo. Los años noventa le concedieron la felicidad y la dimensión eterna. Su última compañera lo mimó, lo entendió. Lo recuerda sonriendo. Me estimó, lo estimé. Al caso viene una invitación que él me hizo en su poética parrilla alcanzando solamente a mí, del fuego al plato, unas exquisitas mollejas. Aquí va su receta...
La buena molleja que empleó mi querido poeta, obsequiada por el distinguido veterinario, son glándulas del timo integradas por una porción cervical y una torácica la que se ubica a ambos lados e la tráquea, lobulada y de color amarillento pálido. Su mayor desarrollo está en animales vacunos jóvenes, atrofiándose en animales adultos. Son grandes y con un aporte considerable de proteína y fósforo. Preparación: Limpiarlas de la grasita y la telita que las recubren y sencillamente colocarlas sobre los hierros de la parrilla, sobre braza moderada, para dorarlas de ambos lados. Eso puede llevar unos treinta minutos. Dejar enfriar fuera de la parrilla, cortar en tajadas de un centímetro y medio de espesor y dorar ambos lados rápidamente con fuego avivado. Servir bien caliente salando a gusto. Los descartes de madera semidura de la construcción se prestaron perfectamente para una brasa efímera. Todo terminó con el último bocado. Mi gentil amigo no invirtió nada del bolsillo, pero logró las más genuinas mollejas a la parrilla.
Poesía dedicada a Pasqualino Aldo Marchese, en Septiembre de 1982
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